viernes, 17 de enero de 2014

BUEN VIAJE: ¡Fuiste la mejor mascota que pudimos soñar!



Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora ella ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero ella me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerla más por compañera,
que para mí jamás fue una servidora.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro ella,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perra que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y la enterré, y eso era todo.

Pablo Neruda